La leyenda de Lech, Czech y Rus
Al segundo día convocaron a sus familias y amigos y les comunicaron su decisión. Al principio no les gustó la idea, pero confiaban en la sabiduría y las decisiones de sus líderes. Los siguientes días todos se dedicaron a prepararse para la travesía: empacaron sus pertenencias y les rezaron a sus dioses para que les dieran suerte en la búsqueda de nuevos territorios. Llegó entonces el día en el que dejaron su hogar. Adelante viajaban quienes portaban armas para asegurarse de que no hubiera peligros en el camino. Detrás iban los carros con ancianos, mujeres, niños y todas las pertenencias. Y aún más atrás viajaba también otro grupo que se ocupaba de garantizar la seguridad de los peregrinos.
El camino era difícil. A veces era necesario cruzar fuertes ríos; otras, defenderse de ataques de manadas de lobos o de tribus salvajes. A veces debían desplazarse por desiertos pantanosos en cuya oscuridad acechaban monstruos. Los eslavos confiaban, sin embargo, en sus líderes Lech, Czech y Rus; y para apoyarlos rezaban aún con más ahínco y mantenían la marcha con tenacidad.
Después de muchas semanas, se encontraron en el medio de planicies fértiles y extensas, entre las que resplandecían bajo el sol las aguas de varios ríos.
Mientras se detenían, Rus les dijo a sus hermanos:
- Mi pueblo ya está cansado de viajar. Sentimos que estas estepas están destinadas a nosotros y aquí estará nuestra casa. Nos quedaremos y construiremos nuestro hogar.
Lech y Czech se despidieron de su hermano y prometieron que alguna vez se encontrarían de nuevo y emprenderían un nuevo viaje. Decidieron seguir marchando hacia el sol, que se ponía en el zenit, puesto que el mayor de los hermanos, Czech, disfrutaba del calor de sus rayos.
Después de muchos días de viaje llegaron a una gran montaña, en cuya base armaron campamento. Entonces Czech le dijo a Lech:
- Sabés bien cuánto me gusta el sol, y desde esta montaña estaré más cerca del calor de sus rayos. Aquí las tierras son muy fértiles. Nos quedaremos y fundaremos nuestro pueblo en este lugar.
A Lech le resultó difícil dejar a su hermano, aunque sabía que, finalmente, él también encontraría su lugar. Después de algunos días se despidieron, le recordó la promesa que habían hecho con Rus y continuó su viaje. Luego de varios días de marcha armaron campamento y comenzaron a preparar la comida. Lech miró a su alrededor: ríos llenos de peces, bosques llenos de animales para cazar y tierras tan fértiles como las de Czech y Rus. Entonces observó a su gente, reconoció su cansancio y exclamó:
- Llegó el final de nuestro viaje. Siento que este es nuestro lugar y que deberíamos quedarnos aquí. En estas tierras fundaremos nuestro pueblo.
La gente se alegró, puesto que estaba ya agotada, aunque esperaban que los dioses les dieran una señal de que se trataba, de hecho, del final de su travesía. En ese momento desde arriba se escuchó un fuerte chillido. Los eslavos levantaron la mirada para ver de dónde venía y divisaron una gran águila blanca que se posaba en un nido sobre un gran roble. El espectáculo les quitó el aire. Sus plumas blancas se recortaban magníficamente sobre el fondo rojo de la puesta de sol. Nadie dudó entonces de que esa era, finalmente, la señal que habían estado esperando.
En el lugar donde hicieron campamento construyeron luego una ciudad y en honor al ave que les dio la señal que concluyó su travesía se le dio al pueblo forma de nido de águila y se lo llamó Gniezno; y el águila blanca sobre fondo rojo se convirtió en el escudo del pueblo de Lech, y posteriormente de toda la nación polaca, del cual esta surgió.
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