La leyenda de Popiel
Hace mucho tiempo atrás, en una ciudad llamada Kruszwica, sobre el lago Gopło, vivía el príncipe Popiel. Era un gobernante al que le gustaba participar de fiestas y salir de caza, pero que no se ocupaba de su gente. Su esposa, una princesa alemana, tampoco tenía buena fama.
Todo esto les preocupaba a sus tíos, soldados de la Gran Polonia, que veían los actos de Popiel con una preocupación cada vez mayor.
-Príncipe, tu tierra va a caer en la ruina. Deberías dejar los juegos y las distracciones y ocuparte de tu reino. – le decían cada vez que lo visitaban en Kruszwica, sin embargo Popiel no los escuchaba.
Tampoco escuchaba a sus vasallos, que llegaban al palacio para que el príncipe resolviera sus litigios. Le recordaban sobre su compromiso de defender la ciudad ante los ataques bárbaros de los pueblos del norte y de convocar a reuniones populares. El príncipe prefería sin embargo pasar su tiempo cazando junto a su esposa.
Solo de vez en cuando, algunas noches, se preguntaba si sus acciones eran las correctas. Una vez le confesó sus preocupaciones a su esposa.
- No los escuches, Popiel, son malos consejeros.
- Pero pensalo – los campesinos me amenazan con rebelarse, y si mis tíos los apoyan ¡me van a sacar el poder!
- Bah, hay una manera de solucionarlo – dijo sonriéndose la princesa malvada, mientras le señalaba a Popiel una pequeña botella con veneno. Podemos hacer un banquete. Invitaremos a todos tus tíos y les daremos las mejores comidas y vino. Y después nos desharemos de los problemas.
Una vez realizada la invitación, los tíos, aunque sorprendidos, aceptaron y fueron al banquete. Tenían la esperanza de que Popiel finalmente cambiara y se ocupara de sus tierras. Una vez que hicieron el brindis, sin embargo, el veneno surtió efecto y cayeron todos muertos. Al llegar la noche, la princesa les ordenó a sus sirvientes retirar los cuerpos y arrojarlos al centro del lago. Estaba segura de que nadie iba a descubrir su ardid y finalmente nadie intentaría convencer al príncipe de que cambiara su estilo de vida.
Sin embargo, después de algunos días, alrededor del castillo comenzaron a aparecer más y más ratones.
- Es un castigo por la maldad y la haraganería del príncipe – rumoreaban los campesinos, cuando los ratones pasaban corriendo por sus casas en dirección al castillo.
En poco tiempo los roedores ocuparon cada rincón de la morada del príncipe y en todos lados se escuchaban sus pisadas y chillidos.
- Refugiémonos en la antigua torre de la isla. Allí no nos van a alcanzar esos malditos roedores – dijo Popiel y junto con su mujer cruzaron por el lago.
Sin embargo los ratones no se dieron por vencidos. Nadaron hasta la isla y masticaron el piso del bote que Popiel había dejado en la orilla, para que nadie pudiera ya huir de allí. Entonces comenzaron a subir por la torre. Popiel y su esposa ya no tenían a dónde huir. Los ratones entonces se arrojaron sobre ellos y los devoraron.
La vieja torre se eleva aún sobre el lago Gopło. Y para que no se pierda en el olvido el castigo merecido por su dueño la gente la llamó la “Torre Ratona”.
Todo esto les preocupaba a sus tíos, soldados de la Gran Polonia, que veían los actos de Popiel con una preocupación cada vez mayor.
-Príncipe, tu tierra va a caer en la ruina. Deberías dejar los juegos y las distracciones y ocuparte de tu reino. – le decían cada vez que lo visitaban en Kruszwica, sin embargo Popiel no los escuchaba.
Tampoco escuchaba a sus vasallos, que llegaban al palacio para que el príncipe resolviera sus litigios. Le recordaban sobre su compromiso de defender la ciudad ante los ataques bárbaros de los pueblos del norte y de convocar a reuniones populares. El príncipe prefería sin embargo pasar su tiempo cazando junto a su esposa.
Solo de vez en cuando, algunas noches, se preguntaba si sus acciones eran las correctas. Una vez le confesó sus preocupaciones a su esposa.
- No los escuches, Popiel, son malos consejeros.
- Pero pensalo – los campesinos me amenazan con rebelarse, y si mis tíos los apoyan ¡me van a sacar el poder!
- Bah, hay una manera de solucionarlo – dijo sonriéndose la princesa malvada, mientras le señalaba a Popiel una pequeña botella con veneno. Podemos hacer un banquete. Invitaremos a todos tus tíos y les daremos las mejores comidas y vino. Y después nos desharemos de los problemas.
Una vez realizada la invitación, los tíos, aunque sorprendidos, aceptaron y fueron al banquete. Tenían la esperanza de que Popiel finalmente cambiara y se ocupara de sus tierras. Una vez que hicieron el brindis, sin embargo, el veneno surtió efecto y cayeron todos muertos. Al llegar la noche, la princesa les ordenó a sus sirvientes retirar los cuerpos y arrojarlos al centro del lago. Estaba segura de que nadie iba a descubrir su ardid y finalmente nadie intentaría convencer al príncipe de que cambiara su estilo de vida.
Sin embargo, después de algunos días, alrededor del castillo comenzaron a aparecer más y más ratones.
- Es un castigo por la maldad y la haraganería del príncipe – rumoreaban los campesinos, cuando los ratones pasaban corriendo por sus casas en dirección al castillo.
En poco tiempo los roedores ocuparon cada rincón de la morada del príncipe y en todos lados se escuchaban sus pisadas y chillidos.
- Refugiémonos en la antigua torre de la isla. Allí no nos van a alcanzar esos malditos roedores – dijo Popiel y junto con su mujer cruzaron por el lago.
Sin embargo los ratones no se dieron por vencidos. Nadaron hasta la isla y masticaron el piso del bote que Popiel había dejado en la orilla, para que nadie pudiera ya huir de allí. Entonces comenzaron a subir por la torre. Popiel y su esposa ya no tenían a dónde huir. Los ratones entonces se arrojaron sobre ellos y los devoraron.
La vieja torre se eleva aún sobre el lago Gopło. Y para que no se pierda en el olvido el castigo merecido por su dueño la gente la llamó la “Torre Ratona”.
Comentarios
Publicar un comentario